Congregación Religiosa «Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres» fundada el 13 de diciembre de 1885 por San José María de Yermo y Parres.
Somos mujeres con sed del ABSOLUTO, mujeres que anhelan vivir una vida plena en el Único capaz de saciar esta sed de plenitud, abriendo horizontes de trascendencia en el mundo. Son muchas las formas que pudimos haber encontrado para caminar estos caminos de plenitud y de amor. Es el Señor que puso en el corazón estos deseos y se encargó de señalar el camino.
Somos desde 1885 una Congregación religiosa, nacida del corazón sacerdotal de San José María de Yermo y Parres para consagrar la vida al Corazón de Cristo y al servicio de los pobres.
Estos dos aspectos de un mismo amor, dieron origen al nombre que nos puso como Congregación el mismo Padre Yermo: “Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres”.
De ese corazón sacerdotal enamorado de Cristo, recibimos un legado, a través de él recibimos un carisma, una razón de ser en la Iglesia, un por qué y un para qué. Hemos sido congregadas para ser portadoras de la misericordia para con los más pobres. Para ello hemos de configurarnos con Cristo Siervo y misericordioso, es decir hemos de ser verdaderas discípulas y misioneras del Corazón misericordioso de Jesús.
Consagramos por completo nuestra vida a Dios mediante los votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, que significa que los bienes de este mundo no entretienen nuestro corazón en búsqueda de absoluto y que el amor de nuestro corazón es totalmente del Señor a quien lo entregamos en la persona de los pobres buscando siempre lo que Él quiere de nosotras en cada momento.
Esta entrega absoluta es nuestra identidad más profunda, por ello luchamos todos los días por purificar nuestra vida para andar los caminos del Evangelio, configurándonos de esta manera con el Corazón de Cristo y en Él y por Él, servir de diversas formas a los pobres, entregándonos a ellos como al mismo Cristo.
Vivimos en comunidad, respetando las diversas culturas y costumbres de nuestras múltiples procedencias, asumimos estas diferencias como una riqueza de la Iglesia de Jesús y aprendemos a hacer posible el amor y la convivencia como signos del Reino presente entre nosotras.